RUSUCITA SEÑORA Y SE SIENTA EN EL ATAUD Y SALEN CORRIENDO en chiquilistagua, en Managua




Por: DanielPaez

Cuando los familiares de  María Isabel Dávila Guerrero, “doña Chabela”,  dieron la noticia de su muerte, todos sus vecinos sintieron su partida, porque era muy querida en la capitalina comarca de Chiquilistagua.
Era tanto el amor que le tenían a doña “Chabela”, que la feligresía católica de la iglesia de Chiquilistagua, sus vecinos y los familiares tuvieron que velarla por tres días consecutivos para que todos tuvieran la oportunidad de despedirse de ella.
Pero al tercer día sucedió lo inesperado: “resucitó”. Nadie lo podía creer: en medio de los rezos de medianoche se escuchó un ruido, la tapa del ataúd se abrió y se escuchó un: “¿Qué pasó aquí?”.
Era  doña “Chabela” que estaba sentada en el féretro, el mismo que supuestamente guardaría sus restos por muchos años.
Todos pensaron que era el “demonio” que se había apoderado de la señora. Unos  corrieron despavoridos “con la piel de gallina” y otros se hincaron para rezar por el alma de doña “Chabela”.
Mientras los vecinos corrían asustados, doña “Chabela” preguntaba qué sucedía, porque estaba desconcertada por  el panorama, y no se daba cuenta que estaba sentada en un ataúd.
“Una vecina decía: “Señor, sánala, perdónala por los pecados, por lo malo que haya hecho”, mientras colocaba su mano temblorosa encima de la de mi mamá y minutos después la rezadora se desmayó al lado del féretro”, recuerda sonriente Xiomara Espinoza Dávila, una de las hijas menores de doña “Chabela”.



Lágrimas de felicidad
Mientras unos corrían asustados, los demás  rezaban y otros se desmayaban, en tanto los hijos y los nietos de doña “Chabela” lloraban de alegría al verla sentada en el féretro.
“Nadie le decía nada, como miramos que estaba trastornada y no se daba cuenta de lo que pasaba, no le contestábamos nada, sólo la quedábamos viendo asustados, preguntándonos qué fue lo que pasó, y a mí se me ocurrió llamar al médico de la familia”, cuenta Odilí Espinoza Dávila, hija de doña “Chabela”.
Como doña Chabela también estaba asustada, con ayuda de sus familiares se salió del ataúd, temblorosa, preguntando: “¿Quién murió?”.
Después se posó frente a la caja y  fue en ese instante que descubrió que a la persona que estaban velando era ella y empezó a preguntar por qué la tenían ahí adentro.
“La llevamos  adentro de la casa y la acostamos en su cama, ahí la empezamos a “sobar”,  porque todavía estaba como sedada, sólo decía algunas palabras, y temblaba”, comenta Damaris Espinoza Davila .

Cuando todos se calmaron y los vecinos se habían ido, a excepción de los curiosos, los hijos de doña “Chabela”  inmediatamente fueron en busca del doctor de la familia, don Rigoberto Moreira D´Trinidad, para ver qué era lo que pasaba y también  mandaron a cerrar el hoyo que tenían listo en el cementerio.
“El doctor no dudó en venir, trajo todos sus instrumentos en un maletín, venía preparado para averiguar qué era lo que le pasaba con mi mamá, cuando ya estaba en la casa y había terminado de examinarla, nos dijo que la causa –de la supuesta muerte y resurrección--, había sido una sobredosis de sedantes”, cuenta Odilí Espinoza.

Estaba dormida
Antes de este episodio, doña “Chabela” había sufrido tres derrames y tres infartos, y en el último, un médico le recetó unos sedantes, que se los administrarían colocándoselos debajo de la lengua,  una vez por la noche.

resucita despues de muerta
“Un día que mi mamá iba a quedar sola y no había nadie que la cuidara, le dijimos a la “Chilo” --mi hermana-- que se hiciera cargo para mientras veníamos,  y que le diera correctamente el tratamiento, pero ella se equivocó y en vez de colocarle el sedante bajo la lengua, se lo dio tomado y no una vez al día, sino tres,  y por eso mi mamá se puso como muerta”, relata Damaris Espinoza.
Después de reposar, cargar energías y recuperarse totalmente del increíble episodio, doña “Chabela” siguió su rutina de todos los días y el ataúd en el que la iban a enterrar  estuvo guardado en su cuarto por siete años.
Durante esos siete largos años, el ataúd sirvió como sitio de almacenaje, pero  un día, don Leopoldo Dávila Carpio, el padre de María Isabel Dávila,   murió producto de un infarto, y por fin el féretro se usó.
Doña Chabela, quien actualmente tiene 89 años,  ahora no tiene ataúd y a su familia ni se le ocurre comprarle uno, porque están felices de tenerla “vivita y coleando”.
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