Ahora resulta que comer tierra te puede hacer más inteligente.
Así lo está probando Dorothy Matthews, del Sage Colleges de Nueva York con una clásica prueba de capacidad cognoscitiva en ratones: La prueba del laberinto.
En su experimento, un grupo de ratones que fueron alimentados con mantequilla de maní contaminada con una bacteria común del suelo resolvían el laberinto mucho más rápido que aquellos que consumían la mantequilla limpia. El efecto de Mycobacterium vaccae no era aleatorio, fue consistente durante todo el tratamiento y hasta cuatro semanas después de que se había interrumpido y el grupo experimental volviera a la dieta normal, reseñó Deborah MacKenzie en New Scientist
Este efecto tiene que ver con el sistema inmune. Hace tres años el doctor Chris Lowry de la Universidad de Colorado trataba de explicar por qué las personas enfermas tendían a volverse apáticas y depresivas, teorizando que era una respuesta evolutiva del cuerpo para facilitar la lucha del organismo contra el patógeno. Él descubrió que la exposición a bacterias estimulaba, a través de la respuesta inmunológica, una región cerebral que modula los estados de ánimo.
Con este precedente, Matthews quiso averiguar si el efecto de la activación inmunológica se podía extender a otras partes del cerebro, y consiguió que sí. El consumo de las bacterias de la tierra estimulaba el hipocampo de los ratones, una región del hipotálamo que regula la coordinación psicomotora y la memoria espacial. Los roedores también presentaban una menor ansiedad, por lo que parecían utilizar su inteligencia con mayor eficiencia.
“Es completamente razonable pensar que estos efectos son extensibles a los humanos” comenta Matthews. “Esto tendría lógica a la luz de que, como especie, hemos evolucionado siendo cazadores y recogedores, por lo que la tierra y sus bacterias han sido siempre parte de nuestra dieta. Quizá convenga dejar un poco el televisor y salir a trabajar en el jardín”.