La joven de 21 años maravilla a quienes la conocen con su talento natural y la habilidad de plasmarlo utilizando sus pies.
Antonella nació sin brazos. Cumplió 21 años sin brazos y vaya una a saber cuántos más pasarán haciendo como si los pies fuesen sus manos como una cuestión natural.
A quienes manejamos brazos y manos con naturalidad, nos impresiona mucho escucharla. Conmueve cuando se reconoce como una persona con discapacidad para quien la falta de brazos jamás fue un problema. Ni siquiera tuvo que aceptar que tenía un problema, fue una carencia física que vino con ella, que tuvo “desde el principio”.
Fue como consecuencia de un mal congénito durante el embarazo y del que sus padres, Antonio Semaán y Angélica, no fueron advertidos. Lo supieron cuando la niña dio el primer grito.
Antonella no sabe cómo es un cuerpo con brazos. Sus pies son sus brazos. Los usa igual, puede ponerse los lentes de contacto o atarse los cordones de las zapatillas.
Desde los 6 meses hasta los 3 años, en el Hospital Italiano de la Capital Federal, aprendió a suplir el trabajo de los miembros superiores con los inferiores a través de la terapia de estimulación temprana. Una terapia en la que tuvo decidida participación su familia. Un entorno que “nunca me hizo sentir diferente”, recalca todo el tiempo la jovencita, que demuestra fuerza y empuje inagotables.
A la vez que aprendía a manejarse sin los miembros superiores, Antonella buscaba a personas con discapacidad similar “para ver cómo manejaban los pies, para encontrar con quién identificarme”. Reconoce que no le resultó fácil en los medios donde se movía; tampoco internet tenía muchas posibilidades de comunicación y todavía no se habla de discapacidad con demasiada naturalidad.
Pero, inquieta al fin, Antonella buscó y buscó hasta que encontró a Pilar Benítez Velloso, quien le habló de la Asociación de Pintores con la Boca y el Pie (APBP) y la apadrinó.
Su talento, pero especialmente su dedicación, le permitió mostrar su trabajo a todo el país a través de sus participaciones en la película que se generó a partir de la gira “Mundo Alas”, impulsada por León Gieco, y de las exhibiciones en todo el país junto al cantante.
Desde el jardín de infantes
Podría decirse que Antonella tiene vocación por la pintura desde siempre, como si su mamá desde la panza le hubiese transmitido el amor por las artes. “En el jardín -recuerda- no hacía otra cosa, nada me gustaba más que pintar. Por eso crecí entre los colores y las telas, y poco a poco fui definiéndome”, relata.
Le gusta el realismo y cree que puede interpretar con fidelidad la realidad. A la par, le gustan las obras de los impresionistas “por sus manchas y sus colores vivos”, aunque no es la corriente que ella elige para sus obras. Ella busca lo que le produce placer, como es el caso de los paisajes. Cuenta que en cada viaje por el país, su mamá la acompaña y fotografía lugares que Antonella luego reproduce en sus telas, y hace collages o fusiones. También le gusta hacer lo que denomina “homenajes” a determinados lugares. Tiene uno de Villa La Angostura, en Río Negro.
Pintar, siempre pintar
Dice que siempre está de buen humor y que, como su papá, se levanta conversando. “Soy una charlatana”, se define.
Pinta hasta que le aparece el infaltable dolor de piernas. Pero descansa y vuelve al ruedo en su posición de buda hasta que, apasionada, cumple unas tres horas por mañana. Si no, habla con la Asociación, hace bocetos, imagina colores, piensa en el futuro, prepara materiales. Incansable. Y siempre con la familia a su lado, donde estuvo desde el primer minuto de su vida.
Ahora quiere estudiar Bellas Artes porque le gustaría dar clases de dibujo y pintura como terapia, pero para eso hace falta un título. Sin dudas, si se lo propone lo logrará. Por el coraje de vivir y ser como es.