Una rusa de 22 años paga 100.000 euros por metro cuadrado en Nueva York
La prensa investiga qué hay detrás de la adquisición más escandalosa de la historia del mercado inmobiliario de la ciudad
La prensa investiga qué hay detrás de la adquisición más escandalosa de la historia del mercado inmobiliario de la ciudad
Hay placeres reservados a unos pocos. Comprar un apartamento en Manhattan de 88 millones de dólares (casi 67 millones de euros) es un privilegio del que solo puede disfrutar ese famoso 1% de la población que tanta tinta y protestas ha generado desde que nació el movimiento Ocupa Wall Street. Ekaterina Rybolovleva es una de ellos. Con 22 años, se ha convertido esta semana en la vecina con el ático más caro de la historia del mercado inmobiliario de Nueva York.
En un comunicado oficial, Ekaterina, Katia para los amigos, dijo en noviembre que compraba el apartamento –de 670 metros cuadrados, 10 habitaciones y con vistas a Central Park– para tener un hogar neoyorquino al que acudir mientras cursa estudios en una universidad local.
Nacida en Rusia e hija de un oscuro multimillonario ruso, ha vivido entre Suiza y Mónaco toda su vida rodeada de yates, aviones privados, empleadas de hogar, y dedicada, sobre todo, a los caballos, a cuyos lomos se encaramó de niña. Esa pasión ha evitado que Katia se deje ver, como otras grandes herederas rusas, en el otro circuito, el del copeo nocturno, algo que nadie sabe si cambiará en su nueva vida neoyorquina.
Pero, según dicen las malas lenguas –el tabloide The New York Post o el semanario The Observer–, aunque Katia haya firmado el cheque, quien realmente quería una casa en Nueva York era su padre, Dmitry Rybolovlev, quien lleva tres años inmerso en un tumultuoso divorcio con Elana Rybolovlev, madre de Katia.
Dmitry pertenece a esa nueva casta de multimillonarios rusos que abrazaron el capitalismo con una voracidad tan extrema como su adicción a la ostentación, y ese sigue siendo el deporte que más practica. Sin pudor. El yate más caro del mundo –100 millones–; la mansión más cara del mundo –95 millones–, adquirida en metálico en 2008 de manos de otro multimillonario, Donald Trump, en Palm Springs; un Airbus privado; picassos y van goghs decorando el cuarto de baño…
Es más, el que hasta el pasado año era el principal accionista de Uralkali –gigante de la industria del fertilizante– llegó incluso a pasar por la cárcel al ser acusado del asesinato de otro empresario a mediados de los noventa, cuando, tras la caída del comunismo, un puñado de emprendedores avispados desmantelaron lo que quedaba de la Rusia industrial construyéndose, de paso, fortunas ilimitadas. En libertad por falta de pruebas, continuó al mando de Uralkali durante más de una década. En 2010 decidió vender su participación en la empresa y embolsarse 6.500 millones de dólares, por cuya mitad sigue luchando su exmujer. La compra del apartamento en el número 15 de Central Park West puede que sea una manera de quitarle de la mano unos millones a su exesposa y ponerlos a salvo a través de su hija, que nunca podrá negarle al padre disfrutar del piso. Si no hubiera alguna ventaja… ¿para qué malcriaría un millonario a sus hijos? |