El puente que enamora a la cámara

Viernes 24 de Mayo 2013 by Francisco Jimenez 
 Etiqueta Noticia.


Todo el mundo conoce el Puente de Brooklyn gracias al cine. Por supuesto, mucha gente conoce el Puente de Brooklyn tal como es, millones de personas viven o han vivido en Nueva York o han visitado la ciudad de los rascacielos... y el Puente de Brooklyn, y allí se lo encuentran, uniendo Brooklyn con Manhattan, con su silueta inconfundible, larguísima, acostada en el aire, perfilado como un extraño y gigantesco animal prehistórico en la claridad del día o en la bruma cromática del amanecer o del atardecer, o iluminado, de noche, por sus centenares de luces verdes.

 Pero el Puente de Brooklyn real y el puente de Brooklyn del cine no es el mismo, como no es el mismo el rostro verdadero de una actriz o de un actor y su rostro bendecido por la fotogenia, amado por la cámara, privilegiado por la pantalla. En el cine, el Puente de Brooklyn es luminoso, arrogante, acogedor, diáfano, misterioso, salvador, amenazador, romántico, peligroso, feliz, triste, divertido, dramático...

En el cine, el Puente de Brooklyn es como Greta Garbo, como John Barrymore, como Vivian Leigh, como Errol Flynn, como Ava Gardner, como Brando, como Marilyn... La cámara lo ama, lo ha amado siempre. 

Ninguna otra obra de ingeniería, o de arquitectura, ha sido seguramente más filmada en la historia del cine que el Puente de Brooklyn. Cualquiera de nosotros puede hacer una lista interminable de películas –o ahora, de series de televisión– en las que aparece el puente, a veces como gran estrella invitada, a veces como peculiar personaje de reparto con escenas claves o decisivas –el Puente de Brooklyn es un temible "robaplanos", con su presencia apabullante y su expresividad depredadora, a veces como mera referencia paisajística o insoslayable telón de fondo de una historia que no sería la misma sin él, sin que el espectador supiera que el puente, como el dinosaurio de Monterroso, siempre seguía allí.

 Desde la pionera 'Manhatta' [sic], un documental rodado en 1942 y 'Tarzán en Nueva York', pasando por –cito a vuelapluma, sólo algunos títulos, y en riguroso desorden– 'Arsénico por compasión', 'Los caballeros las prefieren rubias', 'Un día en Nueva York', 'Érase una vez en América', 'Fiebre del sábado noche', 'Tal como éramos' el personaje de Barbra Streisand ligando el Puente de Brooklyn a sus recuerdos del personaje de Robert Redford, 'Taxi Driver', 'El Padrino II', 'Esencia de mujer', 'French Connection', 'Serpico', 'Gangs of New York', 'Algo para recordar', 'Tienes un e-mail', 'Superman', 'Godzilla', 'Independence Day', 'Wall Street', 'La hoguera de las vanidades', 'Cuanto más, mejor'...

 El Puente de Broklyn como personaje, como escenario, como recurso para hacer reír, para hacer llorar, para reconocer el miedo, la felicidad, la tristeza, la ira, la ambición, la turbiedad, la esperanza... Hasta José Luis Garci, en 'El crack', hace que Alfredo Landa encarne la fascinación de tantos españoles por Nueva York, por el Puente de Brooklyn. 

 Naturalmente, si alguna obra cinematográfica ligamos los espectadores al Puente de Brooklyn son la películas neoyorquinas de Woody Allen, sus dramas y sus comedias desarrolladas en un Nueva York moderno, culto, sofisticado, con 'Annie Hall' a la cabeza.

 Esa historia de amor en curvatura que es 'Annie Hall' tiene constantemente el Puente de Brooklyn como referencia espacial, temporal, emocional, sexual, y en ello, y tantas veces como ese prodigio de la ingeniería aparece en tantas películas y series de televisión, reconocemos que el Puente de Brooklyn fue construido para que la cámara lo amase y a la medida de nuestros sentimientos. 

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