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MANHATTAN.- Más que una ciudad,
Nueva York es un escenario y su historia en el cine tiene mucho más que ver con
los zigzags de la historia del séptimo arte, y la cultura americana, que con la
ciudad misma.
En el cine
mudo la ciudad fue el pretexto para historias de marineros e inmigrantes
(Muelles de Nueva York, 1928, de Joseph Von Sternberg), especie de puerta de
entrada de los perseguidores del sueño americano, y del melting pot. , caldero
de mezcla de todas las culturas que formarían a la nación del norte, pero en
especial una ciudad que se precia de incluirlas a todos.
Con la
llegada del parlante y el ascenso del cine policial llegó una película que
haría historia: La ciudad desnuda en 1948. Para entonces Nueva York era un
territorio abierto para el hampa y el estilo realista que el director Jules
Dassin imprimía al film haría escuela.
La ciudad
comenzó a ser un espacio predilecto para el género y su crecimiento pretextó
una leyenda negra, si no sobre toda Nueva York, al menos sobre algunos de sus
sectores.
Un film hoy
olvidado llegó a llamarse Puerto Apache: el Bronx , y un jovencito inquieto,
llamado John Carpenter, llegó a imaginar la ciudad como una gigantesca prisión
en Escape de Nueva York, en 1981.
Para
entonces la ciudad tenía mala prensa, de puerta de entrada había pasado a ser
un espacio sucio y oscuro, nido de delincuentes y meca de la droga. Eso no
impedía destellos de glamour.
Scorsese,
que describía con toda crudeza la
Nueva York de los `70 en Calles Peligrosas y Taxi Driver, no
perdía oportunidad de lanzarle flores retro, en su primer fracaso crítico y de
taquilla llamado, precisamente New York, New York, de la que hoy sobrevive solo
su canción.
Más
importante era el aporte de Woody Allen en dos films frescos, y audaces. Annie
Hal l narraba la historia de un romance y sus etapas, integraba cómics, hacía
hablar a los personajes con el público y se burlaba de los íconos de la
cultura, como Marshall McLuhan que irrumpía en la acción para darle la razón al
protagonista.
Manhattan,
en un audaz (para la época) retorno al blanco y negro, contaba una historia de
amores y traiciones acariciados por la música de Gerschwin, pero conviene
aclararlo Allen nunca habla de Nueva York, sino de, precisamente, Manhattan.
En 1994,
harto de la mala prensa, el alcalde Giuliani contrató a William Bratton, de Los
Ángeles, como comisionado de policía.
El plan que
lleva su nombre limpió la ciudad, la hizo un espacio amigable y turístico,
provocó no poca resistencia entre grupos liberales y casi catapulta a Giuliani
a la Casa Blanca.
Nueva York
se reposicionaba como espacio de comedias y cuna del hombre araña en la América de Clinton, cuando
el futuro la alcanzó un cierto 11 de Septiembre.
El ataque
terrorista fue un golpe a la imagen de la ciudad que pretextó entre otros un
sólido drama de Oliver Stone (Las torres gemelas) y más de una lectura en clave
paranoica y ficcional.
Tan fuerte,
tan cerca, de Stephen Daldry, debiera ser visto como un film bisagra que busca
capitalizar el trauma de las torres gemelas y relanzar la relación de un niño
con su ciudad. Porque ante todo el film es la crónica de una búsqueda, armada
con base en flashbacks de momentos del protagonista con su padre, alternado con
el seguimiento de las pistas que en su última llamada desde las torres, el
padre le dejó.
En esencia
es un melodrama, bastante bien hecho en la tradición del director (el de Billy
Elliott, Las Horas y El lector) pero que se estira demasiado, confiando también
en exceso en el elenco de estrellas (Hanks, Bullock, Gandolfini y el señorial
Von Sydow) y su capacidad lacrimógena.
La historia
es tan ingeniosa como inverosímil y no debiera ser vista sino como una
respuesta, a diez años de la tragedia, al estado de conmoción cultural,
emocional, histórica que los ataques precipitaron. Un film de exclusivo interés
sociológico. Un culebrón post Bin Laden.
Fuente:
ANALITICA.com