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Para muchas personas, la relación entre estrés y desórdenes
alimentarios es indiscutible, y la perciben con frecuencia. ¿Quién no atravesó
alguna vez una situación tensionante y encontró el camino para encauzar la
ansiedad en la ingesta desmedida de comida? O bien, todo lo contrario,
experimentando un nudo estomacal que le impide probar bocado.
Un grupo de investigadores del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto
Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE) de La Plata , Argentina, descubrió
(a partir de pruebas en ratones) que una misma hormona, llamada ghrelina, actúa
a nivel cerebral tanto sobre el estrés como el apetito, y de ahí que ambas
cuestiones estén tan estrechamente ligadas.
Los estudios
indican que esta hormona, producida por el estómago y transportada por la
sangre, se encarga de regular las dos razones por las cuales comemos: para
ingerir calorías, y por placer. A su vez, también influye sobre los estados de
ánimo negativos, como el estrés, la ansiedad y la depresión. Toda esta múltiple
influencia tiene lugar en un mismo punto: el hipotálamo.
Ahora bien,
dado que en períodos de estrés aumenta en sangre la cantidad de ghrelina, se
intensifica el estímulo sobre el apetito, y por eso aumentan las ganas de
comer, no por necesidad, sino por placer y para calmar los nervios. La
solución, entonces, está a la vista: inhibir el papel de la ghrelina, culpable
de la glotonería que ataca en ciertas circunstancias. Sin embargo, esa
intervención podría tener severos efectos adversos.
“Dado que la
ghrelina regula el apetito y la respuesta al estrés, si la frenamos
afectaríamos no sólo la ingesta de alimento sino también los estados de ánimo
negativos, y se incrementaría la sensibilidad a sufrirlos”, explica Mario
Perelló, a cargo del equipo de científicos que hicieron la investigación. Y
agrega que desde la industria farmacéutica ya hay quienes están trabajando en
medicamentos para bajar de peso actuando sobre la ghrelina.
Un buen
ejemplo de las consecuencias que tendría esta solución a medias es lo que
sucede con las personas que han sido sometidas a la cirugía bariátrica, en la
que se reduce el tamaño del estómago, justamente el órgano que produce la
hormona en cuestión. Los pacientes operados pierden el placer por la comida; no
comen porque no tienen ganas.
Los estudios
que arrojaron estas conclusiones fueron realizados en ratones, y consistieron
en someter a los animales a situaciones de estrés e inyectarles ghrelina, para
analizar luego cómo se comportaban con respecto al alimento. Se vio entonces un
aumento marcado en el apetito.
Actualmente,
los esfuerzos del equipo están abocados a determinar en detalle los mecanismos
celulares y moleculares a través de los cuales la hormona actúa en el cerebro.
La intención es disociar sus dos funciones, para poder controlar la acción que
tiene sobre el hambre, sin profundizar el estrés. NEOMUNDO.